"La práctica médica no entraña solamente tejer, entretejer y tener activas las manos, sino que debe inspirarse en el alma, estar plena de conocimiento y tener como componente preciado la observación aguda y minuciosa; todo ello, junto con los conocimientos científicos exactos, son los requisitos para que la práctica médica sea eficiente."
Moisés ben Maimón (1135-1204)

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martes, 17 de marzo de 2009

HeLa: Las primeras células humanas inmortales

Se llamaba Henrietta Lacks. Nació el 1 de agosto de 1920 en Roanoke, Virginia (EEUU). De raza negra, esta mujer eligió una mala época para venir al mundo, pero tras una ajetreada vida, encontró un buen marido y una numerosa familia. Había logrado alcanzar una situación estable y las cosas parecían marcharle bien, hasta que le comunicaron la terrible noticia: cáncer de útero terminal. El tumor era tan maligno que su progreso dejó atónitos a los médicos y a Henrietta, con ocho meses de vida. Se intentaron todo tipo de terapias, pero con 31 años de edad y cinco hijos, tres de ellos aún en la cuna, Henrietta moría en el hospital Jonh Hopkins el 4 de octubre de 1951. Esta, que podría ser una historia de lo mas común, se vuelve un hito cuando el joven médico George Gey hace con un cultivo de las resistentes células extraídas del tumor de Henrietta y declara a los medios de comunicación que tiene en sus manos el cultivo continuo de un tejido tumoral humano, la primera línea celular inmortal de la historia. Gey y Henrietta ni siquiera habían llegado a conocerse. El material biológico perteneciente a la fallecida había pasado a manos de los médicos que la trataban y de éstos, a las probetas de Gey. Las observaciones de estas muestras celulares les habían llevado a una conclusión sorprendente: eran inmortales.


Las HeLa no conocen la apoptosis y se multiplican indefinidamente


Gey las bautizó como células HeLa, en principio creyendo que provenían de una mujer llamada Helen Lane, pero no fue hasta 20 años mas tarde cuando se supo que en realidad partían de una ciudadana negra pobre que había fallecido en 1950. Gracias a las investigaciones de Gey, estas células se conocieron en todo el mundo. Su particular característica las hacía muy atractivas para la investigación médica. No se conocía ningún tipo de célula que pudiera sobrevivir fuera del soporte vital humano y que, además, se multiplicara indefinidamente. Recordemos que las células normales se dividen hasta el llamado “límite de Hayflick” que en las células humanas es de unas cincuenta veces, pero las células HeLa se lo saltan a la torera. En cierto sentido, son inmortales. No envejecen. Mientras se les proporcione el entorno adecuado siguen creciendo y dividiéndose siempre que tengan nutrientes, oxígeno, espacio y algún medio de deshacerse de sus residuos. De hecho, decenas de laboratorios hoy día siguen trabajando con esta línea de células que partieron del tumor original hace ya 50 años. Las HeLa, además de poseer esta característica de multiplicarse eternamente, también presentan una resistencia inusual. Se dividen en 24 horas y doblan su número tan rápidamente que sorprenden. Son tan agresivas que pueden contaminar un cultivo cualquiera con una sola célula HeLa.

Hoy los investigadores sospechan que su crecimiento agresivo y su resistencia a la apoptosis se deben principalmente a una combinación de papilomavirus 18 que produce una proteína que degrada p53 sin mutarla, y de alteraciones varias en los cromosomas 1, 3, 5 y 6. Pero nadie sabe aún exactamente por qué las HeLa poseen estas características de supervivientes natas, sin permiso de la naturaleza.


La investigación de las células de Henrietta salvó muchas personas condenadas a una muerte segura


El trabajo de Gey revolucionó el mundo de la biomedicina. Equipos de todo el planeta desentrañan los procesos cancerosos y genéticos gracias a las células de Henrietta, y muchas de estas investigaciones relacionados con premios Nobel. Jonas Salk y sus colaboradores lograron por primera vez hacer crecer el virus de la poliomielitis en las prolíficas HeLa, lo que permitió desarrollar un test de diagnóstico y la vacuna salvadora. Las HeLa han estado presentes en destructivos ensayos atómicos y en los primeros vuelos al espacio, comprobando su resistencia a la gravedad cero. Hoy día, no hay un banco de tejidos donde no se almacenen viales congelados con la inscripción HeLa o un laboratorio de cultivos donde la herencia inmortal de Henrietta no ocupe algún frasco en el incubador. Quien no las emplea para estudiar el cáncer o la fisiología celular, las utiliza como línea de control por su facilidad de cultivo y su docilidad de manejo. Se calcula incluso, que la masa de células que existen en la actualidad podrían formar cientos de veces la masa del cuerpo de la propia mujer que las engendró. Y por supuesto, ventas billonarias de este “producto” que los laboratorios compran sin reparar en gastos. La familia de Henrietta jamás obtuvo ningun beneficio económico de todo esto.


Aquí yacen los restos olvidados de Henrietta, en un rincón perdido de Virginia


Estas células que Henrietta “donó” sin saberlo (su familia se enteró 24 años después) han contribuido a unos avances espectaculares en la medicina y la genética. Cientos de laboratorios de todo el mundo portan el estandarte genético de la que vivió y murió hace más de 50 años en una pequeña localidad llamada Lackstown, en Virginia. Allí se encuentra la tumba sin nombre, junto a la casa de su infancia, que entierra los restos de esta mujer excepcional, que la ciencia apenas recuerda y sin embargo, mientras lees estas líneas, sus células siguen creciendo y multiplicándose en aras de mejorar la calidad de vida de gente anónima que jamás conocerá ni el nombre de su benefactora. La venganza de Henrietta vendrá en la irónica idea de que cuando nosotros nos hayamos ido, ella aún seguirá viviendo en miles de probetas de todo el mundo.

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