Existen trastornos que no siempre pueden ser tratados con una medicación convencional. En el caso de la depresión, o en algunos trastornos obsesivo-compulsivos, alrededor del 20% de los pacientes son resistentes a los tratamientos habituales. Esto ha llevado a los especialistas a intentar mejorar la calidad de vida de sus pacientes mediante el implante de un dispositivo electrónico conocido como DBS, por Deep Brain Stimulation (Estimulación Cerebral Profunda). Estudios realizados en la Universidad de Leuven (Bélgica) y la Universidad de Brown, en Rhode Island (Estados Unidos) han demostrado que aquellos voluntarios que recibieron el implante hacen unos meses experimentan hoy notables mejoras en su cuadro clínico.
De hecho, los dispositivos genéricamente conocidos como DBS ya habían demostrado su efectividad en el tratamiento de otras enfermedades cerebrales, como el Parkinson o la enfermedad de Huntington, en las que se los utiliza casi de forma rutinaria. Sin embargo, en muchos aspectos los experimentos con DBS aun se encuentran en sus inicios, habida cuenta de la gran complejidad que presentan estas patologías. A lo largo del 2008 una docena de pacientes con depresión aguda recibieron sus implantes, y ahora la FDA (Food and Drug Administration, o Administración de Drogas y Alimentos) de Estados Unidos acaba de autorizar su ensayo en 4000 pacientes.
"No todos los pacientes mejoran, pero cuando responden al tratamiento, el avance es significativo", explica la doctora Helen Mayberg de la Universidad de Emory, que ha implantado el DBS en varias personas con depresión. Los resultados comienzan a ser visibles a los pocos meses de realizado el implante, y se supone que no tienen efectos indeseados. Este tipo de implantes cerebrales abren un gran abanico de posibilidades, ya que –al menos en teoría- es posible estimular prácticamente cualquier comportamiento en las personas, siempre y cuando se coloquen los electrodos en el lugar adecuado. Hay, por ejemplo, estudios realizados con ratas en las que se ha inducido un fuerte deseo por la realización de ejercicio físico, o incluso suprimir casi por completo los deseos de comer.
Como ocurre en este tipo de casos, se plantea un debate ético sobre la conveniencia o no de promover este tipo de soluciones. Se puede argumentar que una persona artificialmente motivada. Imaginemos, por ejemplo, un dispositivo Deep Brain Stimulation instalado en una persona sin depresión. Esta persona, en su trabajo, puede volverse tan competitiva que aplastando a todos sus compañeros de trabajo, que no cuentan con un implante enviándole instrucciones. A primera vista, tampoco parece demasiado ético ponerse a dieta utilizando un par de cables en el cerebro que te hagan odiar la comida. Sin embargo, todos los días millones de personas recurren a químicos (legales e ilegales) que hacen más o menos lo mismo sin que se produzca ningún tipo de catástrofe.
Es posible que finalmente estemos dando el paso de convertirnos todos en cyborgs y, como afirma Ray Kurzweil cada vez que tiene un micrófono delante, hayamos iniciado el camino que conduce a una fusión entre el hombre y la máquina.
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