"La práctica médica no entraña solamente tejer, entretejer y tener activas las manos, sino que debe inspirarse en el alma, estar plena de conocimiento y tener como componente preciado la observación aguda y minuciosa; todo ello, junto con los conocimientos científicos exactos, son los requisitos para que la práctica médica sea eficiente."
Moisés ben Maimón (1135-1204)

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viernes, 12 de junio de 2009

Lobotomía



La historia de la medicina se compone de muchos sucesos oscuros y vergonzosos que jamás deberían haber ocurrido. Aunque ya no podemos hacer nada al respecto, sí se puede aprender de estos sucesos para intentar que no vuelvan a ocurrir, como la siguiente historia, la llamada técnica del picahielo, lobotomía del picahielo o lobotomía prefrontal.

El doctor Walter Freeman fue quién desarrolló esta técnica en 1945. Era una alternativa barata y rápida a otras formas de lobotomía que se habían realizado anteriormente. De hecho, ni siquiera se necesitaba ser cirujano (y él no lo era). Una lobotomía consiste, básicamente, en destruir la corteza prefrontal (imagen de más abajo) o las conexiones que esta región tiene con el resto de regiones cerebrales. La corteza prefrontal es una de las zonas del cerebro más evolucionadas en el ser humano y juega un papel fundamental en el pensamiento.



Según Freeman, esta técnica servía para tratar la depresión, la esquizofrenia, la neurosis, la homosexualidad (recordemos que por aquel entonces lo consideraban una enfermedad) la ansiedad, el comunismo (sí, han leído bien), el suicidio y todo síntoma mental o forma de pensar que no siguiera los estándares de la época. Decir que lo anunciaba como la panacea a los trastornos mentales no es en absoluto una exageración. ¿Cuales eran los verdaderos resultados? Las personas adquirían un comportamiento similar a la que vemos en los zombis de las películas. Parcial o totalmente indiferentes al mundo que les rodeaba, con una pasividad extrema. Pero eso para Freeman era lo de menos, ya no había neurosis, ni ansiedad ni estados de agitación. ¿Cómo iba a haberla si había convertido a muchos de sus pacientes en unos “vegetales” mentales?

El júbilo del doctor y la publicidad de esta técnica hicieron que se realizara a miles de personas por todo Estados Unidos. Incluso llegó a viajar por el país en un vehículo al que llamó cariñosamente “Lobotomóvil”. Freeman, tenía carisma y lo sabía, su método fue anunciado a través de la televisión, por el boca a boca, en periódicos… Se llegaron a realizar más de 5.000 lobotomías sólo en EE.UU. La gente acudía haciendo cola para que se la realizasen. Imagínense la escena de un doctor clavando picahielo en serie, una persona tras otra. Sólo se me ocurre una palabra para ello: Dantesco.

Gracias al desarrollo de la Clorpromazina, que permitió tratar con fármacos a esquizofrénicos y otros trastornos psiquiátricos, esta locura terminó.

Los efectos de los fármacos eran efectivos en estudios serios, no así los resultados de la lobotomía de Freeman. Pronto, se dejó de utilizar y Freeman buscó desesperadamente una forma de demostrar que su técnica tenía resultados excelentes. Fue inútil, afortunadamente, ya no se volvió a pensar en volver a retomar esa técnica. Los psicocirujanos estaban acabados.

Su última lobotomía la realizó en una mujer que también fue una de sus primeras pacientes, era la tercera vez que le realizaba la lobotomía del picahielo. Picahielo en una mano, mazo en otra, se dispuso a realizar aquella técnica que tantas veces había hecho. Lesionó un vaso sanguíneo y la paciente murió a las pocas horas. No volvió a realizar ninguna más.

Lo crean o no, el pionero de la lobotomía prefrontal, Egas Moniz, ganó el premio Nobel por esta técnica. Que más tarde demostró que sólo tuvo una efectividad del 10% y unas secuelas irreversibles en la mayoría de personas. Los familiares de los afectados se quejaron y solicitaron que el premio fuera anulado:

“¿Cómo puede alguien confiar en el Comité de los Nobel cuando no admiten semejante error?”


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